En las entrañas de un sueño: crónica de la mejor ciclista de Colombia

Ana Cristina Sanabria es la mejor ciclista de Colombia y en su historia se puede ver reflejada lo vivido por muchos de nuestros escarabajos

Foto: Instagram
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Ana Cristina Sanabria es la mejor ciclista de Colombia y en su historia se puede ver reflejada lo vivido por muchos de nuestros escarabajos

Cuando Ana Cristina Sanabria salió a capturar la fuga que iba encabezando la carrera de ruta de los Juegos Olímpicos de Río 2016, sintió el rigor de ser la única mujer en la Selección Colombia de Ciclismo que fue en busca del oro.

A pesar de que no ganó, sí logró que su pueblo, Zapatoca, en Santander, la recibiera con orquesta el día que llegó de Brasil. “Nunca me imaginé que me recibieran así, yo fui y disfrute allá en Río, pero no pensé que acá fueran a estar tan pendientes”.

Ya cumplida la meta de ser deportista olímpica en un deporte que peca de desagradecido (por más glorias que le haya dado a Colombia), ahora ella tiene un nuevo objetivo: salir del país y correr en un equipo de corte internacional.

Primera bicicleta de Ana Cristina Sanabria ubicada en la plaza principal de Zapatoca.

Ser la única mujer en la Selección Colombia de Ciclismo en los olímpicos es una buena carta de presentación, y el hecho que Fedeciclismo la considere como la mejor ciclista de Colombia la eleva a un nivel donde pocas han estado. Tan solo hace poco se logró tener la Vuelta a Colombia femenina, que desde el 2017 será de categoría UCI 2.2.

Pero para que ese día llegara, Ana Cristina tuvo que pasar por una serie de momentos que la han forjado para ser la ciclista que hoy es. Y todo inició en la finca San Gil, a 18 kilómetros de Zapatoca, un pueblo de Santander a dos horas de Bucaramanga.

Cuando en medio de la batalla está la familia

Los padres de Ana Cristina, don Orlando Sanabria y doña María Esther Sánchez me cuentan que no la tuvieron fácil, que la historia está llena de detalles que la hacen más linda, más atesorable. Y tienen razón. Aquellas historias en las que se dejan la piel son más valoradas.

Ana Cristina inició con una bicicleta que le regaló el esposo de su tía María Helena Sanabria, Eriberto Fernández, quien también era ciclista y supo que ese regalo la haría feliz. Y también descifró su destino.

Cuando Ana Cristina empezó a montar bicicleta por las fincas aledañas y escalaba esos caminos raídos y en trocha, le encontró el gusto a los dos pedales cuando descendía a gran velocidad.

Le gente se quedaba sorprendida cuando ella iba a otras fincas y decía que había ido en bicicleta, pues por esos lares o toca en carro o en moto, pues no hay piernas que aguanten tanto trajín. Las de Ana Cristina sí y un hombre se dio cuenta: Reinaldo Cruz, quien era el encargado del comité de deportes del pueblo y, santa coincidencia, también era ciclista.

Luego de unos trámites y de confiar en la capacidad de esa niña de 15 años, Reinaldo le comunicó a la familia que la primera válida de Ana Cristina sería en Piedecuesta, Santander.

—… Y entonces nos dicen que prepárense porque en un mes… —aseguró Don Orlando, como si la historia lo llamara, lo obligara a repasarla.

—Ocho días papi, ocho días —interrumpió Ana Cristina, corrigiendo el dato.

—Eso la verdad fue impresionante… ¿y ahora la bicicleta? A conseguir la bicicleta —asegura Doña María Esther—. Pero como era la primera, tocó pedir plata prestada para que fuera él (don Orlando) y acompañara a la niña.

Esa primera carrera definió el tezón de Ana Cristina. Quedó segunda, con la piel magullada, deshidratada, raspada y como un ‘Nazareno’...en ese momento, ella dudó si el ciclismo era para ella.

Pero doña María Esther, fiel al estilo de madre con experiencia y sabia, le dijo que esperara unos días y viera que pronto estaría entrenando de nuevo. Pero Ana Cristina, incrédula decía que no. Pensó que esa primera prueba no la pasaría, pero tres días después de esa competencia en Piedecuesta, tomó la bicicleta y volvió a entrenar, entre risas compensadas de sus padres, quienes sabían que su hija estaba hecha para eso.

El sueño que a todos hace creer

No fue fácil aceptar que Ana Cristina se dedicara al ciclismo, pues don Orlando quería que fuera enfermera o secretaria y doña María Esther deseaba que su hija fuera profesora. No obstante, como gente de campo, que se levanta a las 4 de la mañana, trabaja todo el día y se acuesta con el cansancio que merece un día de provecho, ellos saben que los sueños se cumplen, echando ‘pa’ lante’. Así que la apoyaron.

Y no sólo ellos, sino todo el pueblo que empezó a ver talento en ella. Entonces, uno le dio los pedales de la bicicleta, otro el casco, otro colaboró para esto y aquello y poco a poco, la mejor ciclista de Colombia fue alentada por la esperanza de muchos en el pueblo y del propio, que la impulsaban en las carreras a conseguir más.

Pronto salió de Zapatoca, corrió en Bucaramanga y le quedó pequeño. Así que se fue a Boyacá, tierra de Nairo Quintana, para recorrer esos caminos que han forjado a los mejores ciclistas en la historia de Colombia.

Bien le enseñó el campo a Ana Cristina, que hay que dar todo para lograr los sueños, esos que para hacerlos realidad hay que embarrarse, caerse, levantarse, sufrir, llorar, dejar, retomar y seguir adelante.

El camino desde Tunja

Antes de llegar a Tunja y probarse en el ciclismo profesional, Ana Cristina se levantaba a las 4 a.m., dejaba el desayuno hecho, ayudaba a cargar bultos, a cultivar cebolla, a quitar la cáscara babosa del café, a coger el azadón y arriar el café; a caminar 45 minutos de ida y vuelta en un ascenso tremendo para ir hasta su escuela (lo que le ayudó a tomar un buen físico)… todas esas cosas la fortalecieron para enfrentar lo que venía.

Ya en Tunja, le tocó trabajar de mesera y en los tiempos libres, salir a entrenar. Le tocó lavar platos y entrenar solo cuando le quedaba un espacio. Luego cambió de empleo y llegó a una frutería que frecuenta Nairo Quintana y con el que apenas ha cruzado un par de palabras, pero que le ha valido para que él reconozca su trabajo en Instagram, donde aparece celebrando la victoria de Ana Cristina en la Vuelta a Colombia femenina.

En la frutería lavó las bodegas y siguió entrenando fuerte que se ha ganado cuanta carrera a nivel nacional se le ha atravesado: Vuelta a Soacha, a Cundinamarca, a Boyacá; Tour del porvenir femenino, Vuelta a Colombia femenina, entre otras y sus 62 medallas y trofeos que reposan en la sala de su finca en San Luis, son muestra de ello:

Al estar en su finca, se pueden entender que las entrañas de un sueño, así como complicadas, están cubiertas por una capa de belleza que se forja con cada momento, que quedan como recuerdos y que no dejan separarse de las raíces.

Seguramente esta historia de campo y ciclas sea recurrente en nuestros escarabajos (Nairo, Rigoberto, Egan Bernal, Dayer y muchos otros) y precisamente por ello, sean humildes y representen de la mejor forma a Colombia, porque son historias que vale la pena contar.

Ahora ella desea ir a un equipo internacional, tiene un nuevo sueño después de ser deportista olímpica y convertirse en la mejor ciclista de Colombia. Claro, su padre, don Orlando tiene otro sueño, uno más romántico si así se puede considerar: “Que suene el himno nacional, mientras mija está en el primer lugar”.

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Posted by Colombia.com on Thursday, March 9, 2017

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