Hay que tener mala ortografía

"Lo que se necesita es la anarquía. Que cada escritor disponga del inusitado privilegio de ser leal a sus corazonadas..." Recordamos este texto del Nobel colombiano que murió en México a los 87 años.

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"Lo que se necesita es la anarquía. Que cada escritor disponga del inusitado privilegio de ser leal a sus corazonadas..." Recordamos este texto del Nobel colombiano que murió en México a los 87 años.

Por:  Gabriel García Márquez

Hay que tener mala ortografía

En Francia están dispuestos a reformar la ortografía, informan. No se trata esta vez del capricho personal y aislado de un escritor, sino de una iniciativa propuesta al Consejo Nacional de Educación por el propio ministro del ramo. Hasta ahora, las reformas ortográficas las habían hecho los autores revolucionarios, para uso de sus seguidores. Se han escrito libros sin mayúsculas, poemas donde la ge ha sido reemplazada por la jota, supresión definitiva de la hache y, en fin, todas las etcéteras que son posibles en los dilatados y confusos territorios de la ortografía. Quienes se tomaban la libertad de esas reformas, creían con ello dejarlo todo resuelto, incluso sus propios complejos. La cuestión no pasaba de allí.

Como ahora la reforma tiene carácter oficial, no sería apropiado decir que se trata de una revolución. Pero de todos modos es una medida que puede originar una grave catástrofe en el sistema nervioso de los franceses. La ortografía, en cualquier idioma, es una cosa emocionante. Mientras «vendaval» se escriba como lo disponen las reglas vigentes, el hecho de enfrentarse a ña palabra tendrá en todos los casos el carácter de una alucinante aventura. Yo creo que los inconvenientes ortográficos estimulan el sistema nervioso, despiertan el proceso digestivo y hacen de la vida algo que realmente merece vivirse aunque sea por la sencilla emoción de saber y comprobar a cada instante que toda palabra tiene un intrincado misterio. Mientras más indescifrables y confusos sean los preceptos ortográficos, mejores oportunidades tendrá el hombre de ejercitar sus instintos y de poner en práctica constante y fecunda sus maravillosos residuos de irracionalidad.

Las disposiciones ortográficas no se inventaron para que el hombre escribiera correctamente, sino para que pudieran existir los errores de ortografía. Sin ellos, escribir no implicaría ningún sobresalto. Y las cartas de las mujeres no tendrían nada de particular.

Confieso una especial predilección por la hache. Parece que es la letra más combatida, denigrada e injustificada del alfabeto castellano. Sin embargo, y acaso por eso mismo, es preciso convenir en que la hache es la única letra con personalidad. Suprimirla sería una medida absurda, un disparate legal. Lo único que yo admitiría en relación en relación con ella es que se permita a cada quien colocarla donde le venga en gana, con la seguridad de que la hache sobrevivirá a esa experiencia. El error, hasta ahora, ha consistido en que se consulte, para la utilización de la hache, el punto de vista de los académicos. Lo que hay que consultar es el punto de vista de la hache. Cuando se rompan las reglas actuales y se ponga a disposición de los escritores una ortografía a base de puros presagios, estoy seguro de que la hache, con todo y que parece no servir para nada, aparecerá en cualquier parte, como compensación a sus ausencias en los lugares clásicos. Saltaría entonces, como la liebre del refrán, en donde menos se le espera, como en ese prodigioso cartel que constituye un victorioso testimonio de la superioridad de la hache sobre los recursos humanos: «Se asen flores hartificiales».

Pero si a pesar de todo ha de reformarse la ortografía, no parece lo más indicado hacerle modificaciones y supresiones a la actual. Eso sería crear una serie de reglas nuevas que contribuirían a confundir tanto a quienes ignoramos las actuales, como a esos seres extraños, un tanto interplanetarios que dicen conocerlas. Lo que se necesita es la anarquía. Que cada escritor disponga del inusitado privilegio de ser leal a sus corazonadas. Eso sería autorizar al hombre para que regrese legalmente a la infancia.