Escritor Efraim Medina se pronuncia frente a columna de Héctor Abad

Jueves, 15 / May / 2003
 
Colombia.com
Los atropellos que están viviendo en la actualidad los intelectuales en Cuba han dado para todo. La escritora Susan Sotag, ganadora del Premio Príncipe de Asturias de Literatura y quien recientemente visitó el país, acusó sin temor a Gabriel García Márquez por no haberse pronunciado al respecto. Días después, el peruano Mario Vargas Llosa (que fue otro de los invitados a la Feria Internacional del Libro de Bogotá) también habló al respecto.

Hace pocos días el antioqueño Héctor Abadd Faciolince (conocido por libros como "Basura" y "Palabras sueltas", entre otros) escribió en la revista Semana una columna al respecto, lo que motivó finalmente al joven escritor Efraim Medina Reyes (quien en los últimos años se ha robado la atención por sus libros "Érase una vez el amor pero tuve que matarlo" y "Técnicas de masturbación entre Batman y Robin") a escribir su opinión sobre el tema. Colombia.com reproduce su columna.

Los amigos, la verdad, Abad y Platón


por Efraim Medina Reyes


Una de las cosas más tristes que he leído, a raíz de las declaraciones de Susan Sontag sobre García Márquez, fue la columna de Héctor Abad titulada Los amigos de Platón (revista Semana, mayo 5 al 12 de 2003). Tanto más triste por lo innecesaria. Quizá ha debido seguir el ejemplo de su célebre amigo y pagarle el favor del que habla, quedándose callado. En esa columna el señor Abad (que más parece interesado en enterar al país que estuvo en un almuerzo con Susan Sontag y que ella le hizo tres preguntas) reconoce que no denunció el silencio cómplice de García Márquez frente a los últimos asesinatos de Fidel Castro “Porque Gabo ha sido una persona generosa conmigo y concretamente acaba de hacerme un favor”. No creo que Héctor Abad ignore que los favores de García Márquez no son los únicos que se pagan con silencio en este país, y que gracias a cientos de favores pagados con silencio la corrupción ha ensanchado sus dominios a través de la historia y, en buena parte, producido el país que tenemos hoy.

En su columna, el señor Abad, opone el valor de la verdad al valor de la amistad “Cuántas veces no le toca a uno, por pura amistad, quedarse callado ante una novela desastrosa”. Y afirma que se mantiene alejado de sus colegas escritores porque si se vuelve amigo de ellos luego tendrá que callar o mentir en nombre de esa amistad. Eso sí, aclarando, que todo depende del Platón (es decir del amigo). Entendemos que para Héctor Abad, amigos tan influyentes como García Márquez, justifican cualquier sacrificio (es decir silencio o mentira). La verdad compadezco al señor Abad, debe ser horrible tener amigos a los que ni siquiera se les puede decir que han escrito una mala novela. ¿No se supone, que son precisamente los amigos, los más indicados para señalarnos las fallas? ¿No se supone que la razón de ser de la amistad es la franqueza y la confianza? Si el pobre señor Abad tiene que callarse algo tan baladí como una crítica literaria, imagínense cuando se trate de algo más serio.

Más adelante afirma que si su hijo (el del señor Abad) se emborracha y mata en un accidente a cualquier persona, él (Héctor Abad) defendería su inocencia (la de su hijo) “hasta con las mentiras más sucias”. Y remata diciendo que si alguno de sus mejores amigos (no sabemos si García Márquez está en esa lista) se dedicara al secuestro, eso no lo soportaría y se pondría enseguida de parte de la verdad. Aparte de la escala afectiva y moral que hace entre hijos y amigos, entre amigos de primera y segunda clase, entre crimen y secuestro… lo más deplorable es suponer que hacerse cómplice del crimen de un hijo sea la mejor forma de ayudarlo.

No niego que bajo ciertos estados emocionales, bajo una intensa rabia, miedo o dolor, somos más propensos a equivocarnos; incluso la ley contempla causales de justificación en estos casos. Pero dar por sentado, y hacerlo en frío, que ante un supuesto crimen de nuestro hijo, defenderíamos su inocencia “hasta con las mentiras más sucias” me resulta inaceptable. Tanto más si consideramos que para el señor Abad esto tiene una lógica exacta y compromete en ello al género humano que, ante la barbarie, la mentira, la corrupción y la vanidad, aún sigue creyendo y luchando por tonterías como la verdad y la justicia. No sería más justo, incluso con nuestra propia conciencia, suponer que si nuestro hijo se emborracha y comete un crimen, debemos ayudarlo a asumir la responsabilidad y defenderlo con todos los elementos posibles, entre ellos uno poderoso: la verdad. Reflexiona luego el señor Abad sobre la conveniencia de limitar al máximo el número de amigos (suponemos que también de hijos), como remedio contra el silencio y la mentira.

Pero no se detiene allí, volviendo al asunto Castro-García Márquez, para el señor Abad todas esas personas fusiladas y condenadas en Cuba deberían entender que “40 años de amistad caribeña” entre García Márquez y Fidel Castro justifican cualquier silencio cómplice y nos recuerda, haciendo eco a su amigo Gabo, que gracias a la amistad con “el viejo dictador” García Márquez ha podido salvar de la barbarie a uno que otro afortunado. No entendemos bien a qué se refiere el señor Abad con “amistad caribeña” (y no sobra recordar que nací en Cartagena de Indias). Una de las cosas que valoro de mi cultura, y que nos reconocen incluso en el interior del país, es la franqueza con que tratamos aún los asuntos más delicados e íntimos. No creo que la “amistad caribeña” contemple cosas tan mafiosas como el silencio o la mentira. Tampoco pienso que el hecho de salvar a algunos (como afirma García Márquez) justifica el silencio ante el asesinato de otros. Entrando un instante en la escala de valores del señor Abad, pregunto: ¿Quién de nosotros guardaría silencio ante el asesinato de un hijo por salvar otro?

Otro aparte de la columna se refiere al riesgo que entraña la amistad con los poderosos porque “Queda uno comprometido con Platón y le toca cerrar los ojos ante muchas verdades del poder”. No sabemos cuántas veces le habrá tocado al señor Abad “cerrar los ojos ante muchas verdades del poder”, lo cierto es que de un columnista de opinión (que entraña y representa un poder) se espera tenga un compromiso serio con la verdad (sobre todo en un país tan asolado por la mentira) y si no puede asumirlo es mejor que se dedique a otra cosa.

No sé si soy muy romántico, pero si lo soy, mi madre, que me inculcó ciertos valores, lo es aún más. Para ella, y para mí, la amistad debe basarse en la franqueza y si un amigo, por influyente que sea, te exige otra cosa, esa amistad puede irse al diablo. En Colombia hay miles de ejemplos de personas que han muerto en defensa de sus convicciones y por defender sus verdades, y por no acomodarse tras un silencio cómplice. Acaso vamos a decir ahora que esas personas son tontas, que las convicciones, la dignidad y la franqueza no valen un pito. Hace seis años, en Cartagena, un auto fantasma atropelló a mi mejor amigo, quizá quien lo conducía iba borracho, sí, supongamos que era un chico y este chico pensó que era mejor dejarlo allí tirado porque detenerse y prestarle ayuda supondría asumir la responsabilidad del hecho. No, era mejor acelerar y llegar pronto a su casa, después de todo allí estaría su padre que con “las más sucias mentiras” defendería su inocencia. Obvio que ese chico y ese padre pasaron por alto que mi amigo no murió allí si no horas después en un hospital, que esa ayuda negada pudo ser vital… Pero claro, eso son cosas menores. Lo importante era salir del lío, ponerse del propio lado y olvidar al otro.

Cada día, en nombre de la conveniencia, del interés personal, de los favores recibidos y hasta de ciertos tipos de amor y amistad, se cometen a lo largo y ancho de Colombia todo tipo de crímenes. Miles de auto fantasmas asesinan a miles de hijos de alguien, hermanos de alguien, amigos de alguien. Por esos muertos, y por mi amigo Ciro Díaz, jamás voy a justificar el silencio y la falta de compromiso de nadie incluyendo a García Márquez. Como la mayoría de colombianos creo que García Márquez es un buen escritor, hay muchos escritores buenos en este mundo, pero no siento ningún respeto hacia su persona y muchos menos por sus cortesanos dentro de los cuales espero, por el bien de ellos, no esté ninguno de mis amigos.
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