Los Navy Seals que liquidaron a Bin Laden son 'máquinas' de matar
Cuarenta minutos. Dos helicópteros descendieron sobre Abbottabad (Pakistán), armados entraron en la casa, mataron dos centinelas, y encontraron a Osama y le pegaron un tiro en la cabeza.

Colombia.com - Actualidad
Cuarenta minutos. Dos helicópteros descendieron sobre Abbottabad (Pakistán), armados entraron en la casa, mataron dos centinelas, y encontraron a Osama y le pegaron un tiro en la cabeza.
Luego cargaron con el cadáver y se llevaron ordenadores y discos informáticos. Al salir, comprobaron que uno de los helicópteros se había averiado. Lo destruyeron ellos mismos y se marcharon para siempre del lugar. Cuarenta minutos.
El Gobierno de Estados Unidos suponía que el líder de Al Qaeda se ocultaba en esa residencia de Abbottabad, entre jardines y árboles frutales, lejos de las inhóspitas grutas afganas. Pero tampoco las tenía todas consigo. El jefe de la CIA, Leon Panetta, calculaba que había un 60 por ciento de posibilidades de que Bin Laden estuviese confortablemente recluido en aquella casa.
Barack Obama, consciente de que se jugaba toda su presidencia en el envite, decidió intervenir.
Tenía tres opciones: un bombardeo a lo bestia, una maniobra conjunta con el ejército pakistaní o una operación quirúrgica, rápida y eficaz. Escogió la última.
No se fiaba de los supuestos aliados pakistaníes, no le convencía la idea de un ataque masivo, que hubiera convertido todo en añicos, y, además, tenía a los hombres idóneos para meterse en la boca del lobo: el sexto equipo (Team Six) de los Navy Seals.
Ahora Osama bin Laden está muerto y el mundo mira con admiración (y quizá con un poco de miedo) a las tropas de élite que liquidaron al fanático multimillonario saudí. El autor del disparo fatal será condecorado en secreto y los miembros del comando recibirán un homenaje muy discreto.
Pero, ¿quiénes son estos Navy Seals? ¿Dónde están? ¿Cuántos son? ¿Cómo trabajan?
Casi todas las respuestas se pueden encontrar en Coronado, San Diego, California. Allá los aspirantes a Seal se enfrentan a un entrenamiento durísimo, que refleja fielmente el lema de la unidad: «El único día fácil fue ayer».
Durante ocho semanas, los aspirantes hacen series de 500 flexiones, se sumergen en agua helada, nadan 50 minutos al borde de la hipotermia, arrastran lanchas neumáticas entre las olas de un mar embravecido y reptan por la playa entre ráfagas de fuego real. El 95 por ciento de los candidatos no superan esta primera fase del entrenamiento.
Para los demás, la fiesta acaba de comenzar. En la segunda fase de su preparación, durante otras ocho semanas, los aspirantes aprenden a bucear y a nadar a gran velocidad. Pero no lo hacen limpiamente, como si disputaran unas olimpiadas: los oficiales les tienden continuas emboscadas y les someten a pequeñas gamberradas (les cierran los conductos de aire, les agarran, les atan las manos, los hunden de nuevo cuando ya están al límite del oxígeno) que se convierten en trampas casi mortales. Un error se tolera. Al segundo fallo, los candidatos deben coger el petate y marcharse a casa. No sirven.
Los pocos que alcanzan la tercera fase (otras nueve semanas) se adiestran en el manejo de varias armas, en técnicas de combate nocturno y en la colocación y desactivación de explosivos.
Cuando uno supera estos siete meses infernales, debe pasar medio año más de prueba. «Los estudiantes están expuestos a una presión tremenda, física y mental», resume el capitán Adam Curtis, instructor del Naval Special Warfare Center. Si concluye el entrenamiento con éxito, el candidato se habrá convertido en un Navy Seal.
Solo unas 2.500 personas en el mundo pueden decir lo mismo. «En realidad, no hace falta ser el que más corre o el que mejor nada, pero deben gustarte mucho los desafíos», puntualiza Chris Sajnog, miembro de la unidad, en una entrevista difundida por la Marina de los Estados Unidos.
El Gobierno de Estados Unidos suponía que el líder de Al Qaeda se ocultaba en esa residencia de Abbottabad, entre jardines y árboles frutales, lejos de las inhóspitas grutas afganas. Pero tampoco las tenía todas consigo. El jefe de la CIA, Leon Panetta, calculaba que había un 60 por ciento de posibilidades de que Bin Laden estuviese confortablemente recluido en aquella casa.
Barack Obama, consciente de que se jugaba toda su presidencia en el envite, decidió intervenir.
Tenía tres opciones: un bombardeo a lo bestia, una maniobra conjunta con el ejército pakistaní o una operación quirúrgica, rápida y eficaz. Escogió la última.
No se fiaba de los supuestos aliados pakistaníes, no le convencía la idea de un ataque masivo, que hubiera convertido todo en añicos, y, además, tenía a los hombres idóneos para meterse en la boca del lobo: el sexto equipo (Team Six) de los Navy Seals.
Ahora Osama bin Laden está muerto y el mundo mira con admiración (y quizá con un poco de miedo) a las tropas de élite que liquidaron al fanático multimillonario saudí. El autor del disparo fatal será condecorado en secreto y los miembros del comando recibirán un homenaje muy discreto.
Pero, ¿quiénes son estos Navy Seals? ¿Dónde están? ¿Cuántos son? ¿Cómo trabajan?
Casi todas las respuestas se pueden encontrar en Coronado, San Diego, California. Allá los aspirantes a Seal se enfrentan a un entrenamiento durísimo, que refleja fielmente el lema de la unidad: «El único día fácil fue ayer».
Durante ocho semanas, los aspirantes hacen series de 500 flexiones, se sumergen en agua helada, nadan 50 minutos al borde de la hipotermia, arrastran lanchas neumáticas entre las olas de un mar embravecido y reptan por la playa entre ráfagas de fuego real. El 95 por ciento de los candidatos no superan esta primera fase del entrenamiento.
Para los demás, la fiesta acaba de comenzar. En la segunda fase de su preparación, durante otras ocho semanas, los aspirantes aprenden a bucear y a nadar a gran velocidad. Pero no lo hacen limpiamente, como si disputaran unas olimpiadas: los oficiales les tienden continuas emboscadas y les someten a pequeñas gamberradas (les cierran los conductos de aire, les agarran, les atan las manos, los hunden de nuevo cuando ya están al límite del oxígeno) que se convierten en trampas casi mortales. Un error se tolera. Al segundo fallo, los candidatos deben coger el petate y marcharse a casa. No sirven.
Los pocos que alcanzan la tercera fase (otras nueve semanas) se adiestran en el manejo de varias armas, en técnicas de combate nocturno y en la colocación y desactivación de explosivos.
Cuando uno supera estos siete meses infernales, debe pasar medio año más de prueba. «Los estudiantes están expuestos a una presión tremenda, física y mental», resume el capitán Adam Curtis, instructor del Naval Special Warfare Center. Si concluye el entrenamiento con éxito, el candidato se habrá convertido en un Navy Seal.
Solo unas 2.500 personas en el mundo pueden decir lo mismo. «En realidad, no hace falta ser el que más corre o el que mejor nada, pero deben gustarte mucho los desafíos», puntualiza Chris Sajnog, miembro de la unidad, en una entrevista difundida por la Marina de los Estados Unidos.
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