Opinión: Incumplir la cuarentena tiene pena de muerte en Colombia

Fueron nueve vidas. Fueron nueve jóvenes a los que apagaron la luz en Samaniego, en medio de las tinieblas en las que, desde hace décadas, se ha visto hundida Colombia. El mayor de ellos tenía 25 años; el menor 20. Universitarios, con sueños y anhelos, como yo (de 24 años), y el otro 26 % de los colombianos cuya edad oscila entre los 18 y 28 años, según el DANE.

Mientras que las autoridades hoy divagan entre un sinfín de razones ilógicas que se pudieron presentar para la masacre de estos jóvenes, sus familiares y amigos los lloran, sin aún entender qué clase de monstruo fue el que perpetro esta barbarie.

Ahora bien, en medio de esta tragedia no se sabe qué es peor: el asesinato de los jóvenes o la forma en que algunos “compatriotas” justifican de manera cínica y cruel sus muertes.

En un panorama absolutamente desolador y diciente de la naturalización que hemos hecho de la violencia en Colombia, es triste ver como decenas de personas en redes sociales defienden a capa y espada la idea de que la masacre en Samaniego es consecuencia del desobedecer la cuarentena nacional, y por ende, las órdenes de los grupos armados ilegales que dominan esta zona del suroccidente del país.

“La guerrilla y los ‘paracos’ han sido claros: quien no respete la cuarentena, se muere”, es uno de los comentarios que representan lo vil e inhumano que puede ser un colombiano con su igual.

¿En qué cabeza cabe que la desobediencia al aislamiento contra la COVID19 puede servir como justificación para acabar trágica y salvajemente con la vida de nueve personas? ¿Qué clase de sociópata excusa una masacre con la idea de que “soldado advertido no muere en guerra”?

En casi todos los escenarios en los que la violencia toma el protagonismo de una situación, los colombianos nos unimos al unísono para culpar al gobierno de turno y su “incompetencia” para detener los actos de terrorismo en el país; y sí, el Gobierno no es ‘monedita de oro’ ni el menos indicado para excluirse de culpas frente a esta situación. Sin embargo, son muy pocas las veces en las que nosotros mismos nos echamos esa culpa.

No nos digamos mentiras: el colombiano es violento por naturaleza. La violencia en el país no es solo consecuencia de los malos gobiernos, sino de la utilización de las prácticas de guerra que nosotros mismos hemos traído a nuestra vida cotidiana. En Colombia, la culpa no es 100 % del victimario, sino que nos tomamos el derecho “moral” de repartirla entre el delincuente y su víctima.

Aquí, una mujer es violada porque provocó al depravado con su vestimenta; o una persona es robada después de salir del banco, porque fue un/a “pendejo/a” que retiró mucho dinero sin la compañía de las autoridades competentes.

En ese camino, ahora la masacre de los nueve jóvenes es en parte su culpa por no respetar las órdenes de grupos delictivos que, en zonas como Samaniego, han suplantado el poder del Estado. Ese es el argumento de muchos ‘colombianos de bien’, que ven en la cultura ‘traqueta’ una forma de defender el orden social, aunque en este proceso se vulnere de todas las formas posibles el derecho a la vida.

Así que a todos los que lean esta columna, mucho cuidado: no salgan sin tapabocas y no participen de aglomeraciones, y no lo digo porque se puedan contagiar de COVID-19, sino porque tal parece que incumplir la cuarentena en Colombia tiene como castigo la pena de muerte.