Por: Juan Carlos García Sierra • Colombia.com

Hace dos décadas ocurrió la masacre de Bojayá en donde murieron más de 100 personas

En una iglesia de una pobre y abandonada región colombiana murieron más de 100 personas luego de que la guerrilla de las Farc la bombardeara con los tristemente célebres ‘cilindros bomba’.

El cristo mutilado en la iglesia de Bojayá es testigo del dolor y también de la fe de sus habitantes. Foto: Twitter @lucho_van
El cristo mutilado en la iglesia de Bojayá es testigo del dolor y también de la fe de sus habitantes. Foto: Twitter @lucho_van

En una iglesia de una pobre y abandonada región colombiana murieron más de 100 personas luego de que la guerrilla de las Farc la bombardeara con los tristemente célebres ‘cilindros bomba’.

En Colombia parece que desde hace bastante tiempo perdimos la capacidad de asombro, esta nación que surgió con la guerra desde sus primeros días se enfrascó en odios irreparables que a través de los años solo han buscado el poder sin importar lo que cueste.

Hacia finales del siglo XX la violencia ejercida por los grupos de narcotraficantes se llevaba todo a su paso, las bombas que explotaban con frecuencia dejaban una estela de muerte y orfandad sin precedentes, y aunque los grupos guerrilleros llevaban bastante tiempo en los campos colombianos, sus acciones eran opacadas por la magnitud de las ejecutadas por los grupos narcotraficantes que habían jurado una guerra contra el Estado.

Con el nacer de un nuevo siglo, los grandes capos del narcotráfico, o, estaban muertos o se encontraban encarcelados, y los encargados de liderar el negocio prefirieron un bajo perfil y no emular a Pablo Escobar Gaviria, Gonzalo Rodríguez Gacha o a los hermanos Rodríguez Orejuela.

El periodo presidencial de Andrés Pastrana Arango pasó a la historia como uno de los más violentos de nuestra historia y justo en este, la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, delinquió a sus anchas y se enfrentó a los grupos paramilitares ante la mirada y las palabras inertes de un mandatario que poco o nada hizo para enfrentarlas, al contrario, les concedió en el año 1999 una enorme porción de territorio como una supuesta contribución a la paz, solo que la guerrilla contribuyó con más muerte.

Colombia veía con frecuencia que en varias acciones a las que se les denominaban masacres eran asesinados un grupo de colombianos, generalmente caían entre 5 y hasta 20 compatriotas, fueron tantas las que se presentaron en el país, bien sea perpetradas por guerrilla o paramilitares, que era difícil para cualquiera de nosotros mantenerlas presentes en la mente con claridad.

Con la arremetida guerrillera en todo el país se fueron incrementando las muertes de colombianos, que entre temerosos e indiferentes comenzamos a perder esa capacidad de asombro, aunque, como lo explicaban algunos, solo era parte de la adaptación a un entorno cambiante, aunque en Colombia no cambia la violencia, solo sus técnicas.

El 2 de mayo de 2002 Colombia presenció con estupor, temor, indiferencia y hasta incredulidad, como centenares de personas morían en el interior de una iglesia en la población de Bojayá en el departamento de Chocó. Estas personas se refugiaron en el templo ante la toma de la población por parte de la guerrilla de las Farc, a la que no le importó arrojar un ‘cilindro bomba’ sabiendo que en su interior se refugiaban hombres, mujeres y niños.

Cerca de 120 personas murieron en una de las más abominables acciones de las Farc en su historia y hoy, 20 años después, con los líderes de esta agrupación guerrillera ocupando escaños en el Congreso y pidiendo perdón por el hecho, el dolor sigue manteniéndose intacto en las familias de las víctimas.

Los sobrevivientes a este infierno en la tierra narran las más aterradoras imágenes de lo que presenciaron, incluso, cuando la Fuerza Pública llegó al lugar, varios de sus integrantes quedaron marcados para siempre con lo que comprobaron, porque en un lugar sagrado, la muerte había tenido el más horrendo festín.

20 años de un símbolo de la barbarie, del odio, del diablo disfrazado con camuflado y botas de caucho, dos décadas de una acción que en lugar de habernos enseñado que la guerra debe desterrarse, parece haberla avivado, por eso la masacre de Bojayá no debe quedar jamás enterrada en el olvido, porque quien no conoce su historia está condenado a repetirla.