LA ENTACONADA

La Entaconada - Leyenda

Mujer Poseída - Shutterstock

“PILAS PUES MIJO QUE DE PRONTO SE LE APARECE LA MECHUDA ESA”

La advertencia nunca sobra, es una manera de alejar un peligro inminente que junto con persignarse y darle un beso a la santa cruz que se carga colgando en el cuello, aleja las malas compañías y especialmente las malas apariciones que andan siempre atentas y a la caza de incautos que se atreven a jugar con el mal sin saber que con tanto fuego, seguro hay gran quemadura.

La entaconada o la mechuda es la representación de la belleza femenina que abunda por las montañas y ríos de la geografía colombiana, especialmente en las altas y escarpadas montañas del departamento de Antioquia, lugar en donde arrieros colonizadores sin miedo a nada pero con fidelidad al altísimo, abrieron caminos para que el mundo que había pasando el océano, pudiese traer sus progresos a estas tierras tan creyentes pero tan alejadas de lo nuevo en épocas en todo parecía añejo.

Esos arrieros que con un brazo consentían a su amorosa ninfa y que con el otro dominaban la rula, con su valor cortaban maleza, tumbaban monte y con el hacha hacían de la madera la materia prima para su arquitectura única y amplia porque su prole nunca dejaba de ser numerosa.

Esos mismos arrieros gozaban de un tiempo de descanso luego de largas faenas de agricultura, ganadería y emprendimiento y las noches pasaban con un lento tic tac del reloj entre la tapetusa y el aguardiente, la guitarra y los cantos que comenzaban a destemplarse con el número de las copas que se alojaban entre pecho y espalda.

En medio de la alegría aguardientera se escuchaba un taconeo que lograba apaciguar la música pero acelerar las pasiones de los hombres, entonces aparecía la mujer más hermosa jamás vista por esas tierras, una mujer que parecía ser de aquí y de allá pero que nadie podía asegurar conocer su procedencia.

¡Cuidado con la entaconada!, así vociferaban algunas viejas beatas desde los balcones mientras se daban la bendición y pedían que bajaran la música porque muy temprano en la mañana debían levantarse para la misa de seis, muchos preferían hacer oídos sordos a esas viejas cansonas y seguir disfrutando de las mieles del romance mientras rodeaban con sus brazos abridores de trochas el cuerpo delicado y provocativo de la aparición celestial.

Ya las cantinas no eran lugar para un romance más avanzado porque aunque esos eran sitios de perdición, quienes lo frecuentaban aún sentían temor de Dios y pagando sus cuentas o poniendo su firma por lo fiado en un cuaderno, se iban para sus casas rezando por la suerte de quien con la entaconada se alejaba.

La hermosa mujer se ponía muy cariñosa con su nuevo galán pero su cuerpo comenzaba a adquirir el tamaño de una bestia, era tan demoniaca su figura que hasta el más bravo de los arrieros quedaba paralizado como animalejo en trampa montañera, entonces la macabra mujer ya no taconeaba, sus pezuñas eran las mismas patas del maligno y los incautos hombres aparecían muertos a la orilla del río o simplemente golpeados a más no poder, muchos de los que sobrevivieron, todavía pierden el control y parecen poseídos cuando escuchan el sonido de un par de tacones; eso pasa por no tener presente ese: “cuidado con la entaconada”.