Oración de San Isidoro de Sevilla para protegernos del demonio
Para luchar y estar protegido del diablo o demonio, puedes rezar la oración de San Isidoro de Sevilla que aquí te enseñamos.
Para luchar y estar protegido del diablo o demonio, puedes rezar la oración de San Isidoro de Sevilla que aquí te enseñamos.
San Isidoro de Sevilla fue un obispo español que pertenecía a una familia noble y de buenos recursos, pero él y sus hermanos, la gran mayoría santos, quedaron huérfanos a muy temprana edad; comenzó a formarse en la fe católica desde muy pequeño y tuvo pasos ejemplares que lo llevaron a ser un pilar crucial para la asimilación de los visigodos.
De hecho, fue quien ayudó a su hermano a convertir a la casa real visigoda al catolicismo, pues eran arrianos; tiempo después, gracias al concilio, producto de las ideas de San Isidoro, se logró que la Iglesia fuera independiente y libre, sin dejar de estar ligada a la lealtad al rey. Hasta el día de su muerte, luchó por hacer reconocer la palabra de Dios, brindar educación en ella, y dar el lugar que merecían aquellas personas que se encargaban de servir al Todopoderoso.
Además, también dejó algunas oraciones que hasta el día de hoy se siguen difundiendo por diferentes lugares del mundo, como es la que te enseñaremos a continuación, compartida por el portal ‘Aciprensa’, dedicada a hacer frente al demonio o diablo, para estar siempre protegidos de su maldad y ganar la batalla al enfrentarnos al mismo.
Oración contra el demonio
Tú, Señor, verdadero doctor y dador, que eres Creador y Redentor, confesor y defensor, abogado y Juez terrible y clemente, que das vista a la mente de los ciegos, que posibilitas a los débiles para hacer lo que ordenas; que tan piadoso eres para quienes te dirigen asiduamente sus peticiones, y tan liberal que no permites que nadie desespere, perdona todos mis pecados y todos mis errores, y que tu bondad gratuita, buen Jesús, me conduzca a esa contemplación deseable donde ya no pueda errar.
Tú que eres conocedor de lo que está oculto, bien conoces en cuántas faltas he caído. Tú conoces cuán mísera y proclive es mi debilidad, y cuán incesantemente la aflige y presiona el enemigo. Tú, oh Cristo Dios, batallador fortísimo y campeón siempre victoriosísimo, mira este combate desigual, donde clama a la gloria de Tu divina majestad la debilidad de los mortales.
Si el león rugiente superara a la débil oveja, si el espíritu violentísimo venciera a la débil carne, y si al menos la domina, permitiéndolo tu justo juicio, en el tiempo de padecer, no permitas que seamos devorados por sus insaciables fauces. Haz, ¡oh amador del género humano!, que se entristezca por la alegría humana aquel que se exulta por atacarnos. Amén.