Prócer de la Independencia, estadista y militar, varias veces presidente de la República, nacido en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 2 de abril de 1792, muerto en Bogotá, el 6 de mayo de 1840. Francisco José de Paula Santander y Omaña era hijo de Juan Agustín Santander Colmenares y de su tercera esposa, Manuela Antonia de Omaña y Rodríguez.
Don Juan Agustín había sido gobernador de la Provincia de San Faustino de los Ríos y cultivador de cacao en sus posesiones rurales, producto éste que por entonces constituía el segundo renglón de exportación de la Nueva Granada, después del oro.
La infancia de Francisco de Paula transcurrió cómoda en medio de las grandes propiedades de su padre, sembradas de café, cacao y caña, al cuidado de numerosos dependientes y esclavos. Perteneció pues a una clase social y económica de grandes prerrogativas y bastante influyente en los asuntos de su región. Auténtico criollo o español americano, en él confluyeron una rica mezcla de razas. Por las venas del general Santander corría aún con fuerza la herencia de dos razas, que empezara en la unión del conquistador español Diego de Colmenares con la hija del cacique de Suba, Ana Sáenz. Esta herencia indígena marcó su presencia no sólo en la complexión, color y rasgos físicos, sino también en su temperamento, en su apatía social, en su mutismo, y en la soledad que siempre lo caracterizó. Descendiente por línea directa paterna del capitán español Francisco Santander, a quien Flórez de Ocariz identifica como Martínez de Ribamontan Santander, su cuarto abuelo, llegado al Nuevo Reino de Granada alrededor de 1619 como gobernador de la Provincia de Santa Marta.
Por línea directa materna su primer antepasado en América lo constituyó el capitán español Antonio de Omaña Rivadeneyra, también su cuarto abuelo, llegado a la ciudad de Ocaña en el siglo XVII, donde ocupó los puestos de alcalde ordinario y de juez de residencia. La educación de Francisco de Paula se inició en una pequeña escuela privada de la Villa del Rosario de Cúcuta; luego, en la biblioteca paterna, tuvo la oportunidad de ampliar los conocimientos adquiridos a través de las múltiples lecturas realizadas. A la edad de 13 años fue enviado a Santafé de Bogotá, a cursar estudios en el Colegio Real Mayor y Seminario de San Bartolomé, donde aprendió las bases de la teoría e ideas políticas, conociendo a fondo las doctrinas jurídicas y la legislación romana y española. Si la adolescencia de Santander discurrió por entre los claustros académicos y por las calles de la Santafé colonial, su juventud tuvo como escenario campos más aviesos y rudos, consagrado a un ideal político y a una lucha en circunstancias suigeneris que templaron su carácter de colegial hasta transformarlo en joven adusto y circunspecto.
Los sucesos de 1810 lo sorprendieron en el preciso momento en que daba fin a sus estudios, pues el 11 de julio de ese mismo año había presentado su examen público sobre práctica forense. Sólo le restaba ejercer en calidad de pasante al lado de un jurisperito, para recibirse como abogado de la Real Audiencia. La revolución de independencia de las colonias españolas lo sorprendió de colegial, cambiándole en un instante su vida apacible y rutinaria. Siguiendo el ejemplo de sus eminentes profesores, Santander abrazó entusiasmado la nueva causa que se vislumbraba en el horizonte político y cambió su toga de colegial por la capa de guerrero. El 20 de julio de 1810 dijo adiós a los claustros de su colegio, ingresando el 26 de octubre de dicho año como voluntario al servicio militar activo con el grado de subteniente-abanderado del batallón de infantería de Guardias Nacionales, a la edad de 18 años. Desde aquel día lo encontramos inmerso en la maraña bélico-política de las conmocionadas colonias, tomando partido en la confrontación civil entre federalistas y centralistas de la Primera República, y combatiendo el dominio español a las órdenes de Manuel Castillo y Rada y Antonio Baraya Ricaurte.
La vida del joven Santander empezó una fulgurante carrera militar que lo llevó al generalato de división a los 27 años. En nueve años escaló todas las posiciones castrenses: en mayo 25 de 1812 era teniente; el 1 de junio, capitán, al lado de los federalistas; cuando éstos trataron de tomarse la capital del antiguo virreinato, fortín de los centralistas, fue prisionero por éstos después de recibir dos heridas en la acción. En enero de 1813, en un canje de prisioneros, resultó favorecido y al llegar a Tunja, el 10 de febrero de aquel año, asumió el grado de sargento mayor, con el cual empezó a luchar por la independencia de Venezuela, destacándose por su bizarría y buen comportamiento. En tal calidad sirvió bajo las órdenes de Manuel Castillo, Simón Bolívar, Gregor Mac Gregor y de Custodio García Rovira. El 4 de junio de 1814 le llegó el despacho en que era ascendido a coronel, efectivo desde el 13 de mayo del mismo año. A partir de 1816 su jefe inmediato fue Manuel de Serviez, con quien pasó de la invadida Nueva Granada a Venezuela, retirándose a los Llanos de Casanare, donde mantenían viva la chispa de la independencia el coronel Miguel Valdés, comandante general del Ejército de Oriente, el coronel Nepomuceno Moreno, gobernador de Casanare y el general Rafael Urdaneta. Estos jefes, en vista de las altas calidades no sólo militares sino intelectuales del joven Santander, a la sazón de 24 años de edad, el 16 de julio de 1816 lo eligieron comandante en jefe de tal ejército. Santander asumió sus funciones, pero un hombre de sus condiciones, letrado y refinado, no satisfizo a los burdos llaneros que pronto impusieron a uno de los suyos, al por entonces teniente coronel José Antonio Páez. Santander aceptó aquel golpe y presentó su renuncia. Continuó en Venezuela participando en todas las campañas militares. Fue nombrado subjefe de Estado Mayor General en la reorganización del ejército.
El 12 de agosto de 1818 fue ascendido a general de brigada de los ejércitos de Venezuela y escogido para reorganizar las fuerzas revolucionarias dispersas y anarquizadas del Casanare. Fue desde este destino que en la mente del joven granadino se fraguó la idea de invadir la Nueva Granada, limpiarla de españoles y luego retornar con el ejército triunfante a Venezuela. Trabajó infatigable, impuso disciplina y marcialidad en las díscolas tropas, atendió todos los campos de la logística y del aprovisionamiento y diseñó el plan estratégico y la ruta para la invasión al Virreinato de la Nueva Granada; que fue conducida con asombroso éxito, terminando en los conocidos sucesos de Boyacá, que le valieron su ascenso a general de división y el calificativo enorme de "Organizador de la Victoria".
En la historia colombiana ningún hombre ha dividido tanto las opiniones de los escritores políticos y sociales, ninguno ha originado tantas controversias como Santander. Militar en épocas de revueltas puede ser cualquiera, como se puede comprobar fehacientemente a lo largo de la historia; pero sólo unos pocos privilegiados acceden a la categoría de legisladores o de estadistas. Es por ello que la verdadera dimensión de Santander no la debemos ver en el caudillo militar, sino en el estadista, en el administrador, en el legislador. La labor del general Santander después de la batalla de Boyacá, como vicepresidente de Cundinamarca primero, y luego de Colombia (incluidas Venezuela y Ecuador), fue inconmensurable, mucho más tratándose de un joven general de 27 años, novel e inexperto en el manejo de los asuntos públicos, pero que gracias a sus aprovechamientos jurídicos en su época de colegial supo dirigir con acierto y con brío el naciente Estado. Ha sido lugar común en los escritores políticos enemigos de Santander el reprocharle, a título de baldón, la ejecución de los 38 prisioneros realistas capturados después de la jornada de Boyacá. Ese acto al parecer de crueldad innecesaria, fue precisamente el que le posibilitó gobernar efectivamente en un país donde las masas populares eran indiferentes a las nuevas ideas revolucionarias independentistas, y en donde la alta clase social, en un elevado porcentaje, simpatizaba abiertamente con la monarquía española, como ocurría en Santafé de Bogotá, donde del reciente gobierno republicano se hizo un rey de burlas. Nadie quería obedecer a las nuevas autoridades, mucho menos contribuir con ellas.
Por la experiencia reciente de la Primera República, los chapetones y los hacendados criollos cundiboyacenses consideraban que esta nueva República era otra hoja más al viento del tormentoso torbellino político, efímera y sin porvenir. Por ello inundaban de rumores la ciudad, hablando de la nueva reconquista española y de la formación de focos de resistencia realista en las afueras de la ciudad y en el mismo Monserrate. Después del fusilamiento del general José María Barreiro y de sus compañeros, otra fue la tonada; ya nadie en las calles de la capital añoró la presencia de los virreyes ni de los oidores. Boyacá apenas abrió la Nueva Granada a los independentistas en una porción de su territorio, sólo en su parte central, pues el norte y todo el sur continuaron bajo la esfera del poder realista. Y he aquí precisamente la grandeza de Santander, sus altas cualidades no sólo como estadista sino como administrador y organizador: gracias a su diligencia para conseguir y obtener recursos pecuniarios y humanos con qué auxiliar los diversos frentes de guerra, se logró en poco tiempo la unificación en torno a su gobierno de la Nueva Granada primero, y después la independencia de Venezuela, Ecuador y parte del Perú. Ello fue posible porque como ecónomo de guerra desde la retaguardia, Santander levantó ejércitos con sus vituallas, armas y dinero para enviar masivamente a todos los frentes de batalla.
Ese hombre egoísta y leguleyo se las sabía arreglar para convertir el caos en disciplina y la miseria en posibilidades; ese hombre gris creó una Nación de la nada, erigiendo las bases de la democracia y del Estado de Derecho. El país que obtuvieron las tropas independientes ; las y el que recibió Santander al ocupar Santafé, era un remedo de país, afectado de ignorancia generalizada, arruinado y presa del desgobierno, donde las viejas instituciones jurídico-políticas del sistema monárquico aún calaban profundo en las mentes y en los corazones de la mayoría de la población. Se imponía en aquel momento una ardua labor ideológica, tendiente a permear los sentimientos realistas, arraigados en las masas por más de tres siglos de dominio. Era necesario imponer nuevas concepciones institucionales y políticas, otras ideas y formas de gobierno, y a esta titánica misión se consagró Santander. Su fin primordial era el de culturizar al pueblo en las bases de civilidad y en el imperio de la democracia, y para ello se valió de la instrucción pública, como medio acertado para integrar una vieja sociedad a una nueva forma de Estado. A través del maestro de escuela, Santander pudo transformar ideológicamente la concepción de un pueblo de sentimiento monarquista, iniciándolo en el culto a las libertades individuales y sociales, y en el sistema representativo.
Los frutos no se hicieron esperar mucho, pues a poco la joven Nación estuvo provista de literatos y políticos, de abogados y oradores, de una intelectualidad con muy poco parangón en la América de su tiempo. Santander estableció la vida civil en la República, en un país convertido hasta su gestión en un inmenso cuartel desde los lejanos sucesos del 20 de julio de 1810. Gracias a su labor, la conciencia política de la nación colombiana se cimentó en el civilismo democrático que aún alienta a las nuevas generaciones; hoy Colombia continúa como una de las naciones que menos regímenes militares ha presenciado a lo largo de su historia. Sin la dirección de Santander, militar jurisconsulto, soldado con educación y vocación civil, los gobiernos colombianos hubieran sido como los del resto de repúblicas centro y suramericanas después de su rompimiento con España, prebendas de una oligarquía militar y cesarista.
El culto al que se consagró Santander no fue al de la gloria mentirosa de la guerra, ni al pesado fardo de la riqueza, sino al de la ley como garantía de vida social, base del Estado de Derecho. Hasta un espíritu conservador como el de Silvio Villegas no deja de reconocer este mérito de Santander a quien se le debe nuestro dibujo civil y se le puede llamar Padre de la República. Resalta en Santander, por encima de sus debilidades y pecadillos de hombre, sus ansias por delinear las pautas para el efectivo implantamiento del Estado de Derecho. Consagrado a este fin, armado de la paciencia de un tallador genial, fue puliendo las anárquicas aristas del absolutismo primero y del militarismo independentista después, en la conciencia social granadina.
El tino político y civilista de Santander lo podemos comprender a partir de 1830, cuando la llamada Gran Colombia se disolvió definitivamente y cada una de las secciones que la integraban tomaron el rumbo propio de sus destinos (como diría Milton Puentes, Colombia ingresando a la Universidad, Venezuela entrando al Cuartel y Ecuador internándose en el Convento). Gracias a la ilustración de Santander en las ciencias políticas, el Estado colombiano ha sido, a lo largo de su historia, civilista y de Derecho. En la figura de Santander encarnó la libertad en el orden jurídico. Es conocida la anécdota sobre la visita que un antiguo compañero de armas de 1a campaña del Casanare efectuara al joven vicepresidente de Colombia en su propio despacho de gobierno, encontrando abierta la Constitución sobre un sable desenvainado, hecho que el magistrado le explicara con estos términos: Significa que la espada de los libertadores tiene que estar, de ahora en adelante, sometida a las leyes de la República. Santander seguía fiel a lo que había expresado en su proclama del 2 de diciembre de 1821, al promulgar la Carta de Cúcuta: "Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad".
Sin embargo, esta actitud de sumisión y respeto a la ley, que tanto ha dado que escribir y que causó tanta desavenencia política, fueron comprendidas y respetadas por muy pocos militares de la guerra de independencia. Las facciones políticas, las camarillas que sucedieron el implantamiento de la República, dividieron la opinión política en dos. Un sector de la sociedad colombiana, embriagado por los laureles del triunfo revolucionario y carentes de conciencia política civilista, desconocedores del incipiente Estado de Derecho, que por entonces apuntalaban con dificultad un equipo de juristas granadinos, hizo blanco de sus odios y críticas a la figura del general Santander, vicepresidente de la nueva República. Casi toda la casta militar venezolana lo combatió políticamente, al lado de los sectores latifundistas granadinos, haciéndolo responsable de todos los descalabros de la naciente economía y de la milicia colombiana. Quienes no pudieron derrotarlo jamás en el campo de las leyes y de la política, ni en sus relaciones con el Congreso, tuvieron que acudir a la intriga, a la calumnia y a la maledicencia públicas.
Santander se distanció de Bolívar por los manejos poco ortodoxos que éste hacía del poder y de la política. Las tendencias militaristas de Bolívar y de sus seguidores fueron combatidas por los civilistas granadinos que hicieron de Santander su líder, procurando por todos los medios el restablecimiento pleno del orden constitucional y legal de la República. Los bolivarianos, por el contrario, simpatizantes de las facultades extraordinarias del Ejecutivo y, sobre todo, de las conferidas a Bolívar, vieron un serio peligro en el hombre de la Constitución y de las leyes, procediendo por todos los medios a derrocarlo políticamente. Fue así como se le implicó en la conspiración septembrina de 1828. Le siguieron un juicio, que constituyó el paradigma de la violación al debido proceso, modelo de alteración o de desaparición de pruebas, y se le sentenció a muerte. Gracias a las gestiones de los granadinos y de la jerarquía eclesiástica, esta pena le fue conmutada por prisión y destierro. Santander se exilió en Europa y Norteamérica, donde gozó del reconocimiento y admiración de sus estadistas y de sus prohombres.
Del destierro volvió mucho más engrandecido de lo que había partido; fue restablecido en sus grados y honores militares, de los cuales lo despojaron Bolívar y sus seguidores en 1828. Fue tal la simpatía y reconocimiento que Santander inspiró en los granadinos, que en 1832 fue elegido presidente de la República de la Nueva Granada. Con el mismo espíritu liberal progresista que siempre lo caracterizó, continuó la era de reformas que iniciara en 1819, hasta 1837 cuando entregó el mando a José Ignacio de Márquez, por ministerio de la ley, gloria a mi patria y al sistema constitucional. Santander murió en Bogotá, el 6 de mayo de 1840. [Sobre la obra de gobierno del general Santander, ver en la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores: tomo l, Historia, "Reconquista e independencia, 18161819" y "El experimento de la Gran Colombia (1819-1830)", pp. 269-308; tomo 2, Historia, "El Estado de la Nueva Granada (1832-1840)", pp. 309-334; y tomo 5, Cultura, pp. 146-147].
LUIS OCIEL CASTAÑO ZULUAGA
Bibliografía: BIBLIOTECA FUNDACIÓN FRANCISCO DE PAULA SANTANDER, 80 Vols. Bogotá, 1988-1993. BUSHNELL, DAVID. El régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá, Universidad Nacional-Tercer Mundo, 1966. FORERO, MANUEL JOSÉ Santander, prócer de la Independencia nacional. Bogotá, Imprenta Nacional, 1940. GARCÍA ORTIZ, LAUREANO. El general Francisco de Paula Santander. San José de Costa Rica, Imprenta Lehmann, 1940. MORENO DE ANGEL, PILAR. Santander. Bogotá, Planeta, 1989. PACHECO MOLINA, LUIS y LEONARDO MOLINA LEMUS. 1a familia de Santander. Cali, Biblioteca Banco Popular, 1978. PERICO RAMIREZ, MARIO H. Servidor y amigo: Santander. Bogotá, Tercer Mundo, 1972; 2a ed.: Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1978. SANTANDER, FRANCISCO DE PAULA. Memorias. Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1973. SANTANDER, FRANCISCO DE PAULA. Diario. 2á ed.: Bogotá, Editorial Incunables, 1984.
Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.