Una nube negra llamada guerra comercial

“América primero”,  es la famosa consigna con la que el magnate Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos.

Donald Trump arremete contra China y le declara la guerra comercial. Foto: AFP
Donald Trump arremete contra China y le declara la guerra comercial. Foto: AFP

“América primero”,  es la famosa consigna con la que el magnate Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos.

En los últimos meses la economía internacional ha tenido ciertas tensiones por las medidas arancelarias que ha tomado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra sus principales socios comerciales en el mundo. El Portal La Nota Económica realizó un análisis y evaluación de los principales antecedentes para esta situación.

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La obligación de aranceles del país norteamericano a la Unión Europea y a China, así como la toma de las mismas medidas por estos bloques comerciales ha generado un miedo exacerbado a nivel global que llevado a pensar en una posible guerra comercial.

Justamente, Trump y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, alcanzaron a un acuerdo con el pretenden apaciguar las divergencias arancelarias entre estos dos bloques. En este, acordaron que ninguno de los dos impondrá nuevas barreras comerciales al otro.

Aunque, los aranceles impuestos al acero y al aluminio por parte de Estados Unidos a la Unión Europea, se mantienen, así como la guerra comercial con China.

¿Cuáles son los antecedentes de todo esto?

"América primero", es la famosa consigna con la que el magnate Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos casi que resume perfectamente su visión del comercio internacional, que comprende un proteccionismo exacerbado hace décadas impensable para la primera potencia económica del mundo. En efecto, el presidente Trump parece convencido de que la apertura comercial ha sido la responsable del declive industrial estadounidense, y que bloqueando el acceso comercial de países más eficientes los productores locales reencontrarían una senda de recuperación.

No obstante, la realidad es más compleja y va más allá de soluciones aparentemente sencillas, como crear un ecosistema artificial de protección para la industria. Y generar condiciones artificiales de competitividad, para evitar que productos extranjeros baratos (pero de buena calidad) ganen espacio en un mercado, solo significa un detrimento para los consumidores -que también incluye a ciertas manufacturas que utilizan estas importaciones como materia prima- y un encarecimiento innecesario que jamás significará un cambio estructural en el tejido industrial estadounidense.

Sin embargo es innegable que la competencia desleal es perjudicial, aprovechar los términos de intercambio para especializarse en productos en los que se tiene una ventaja competitiva e importar aquellos que en otros países son más eficientes, es la premisa de cualquier curso de introducción a la economía, y por siglos ha probado ser un generador de riqueza para las naciones. Tan solo pensar que un país puede producir absolutamente todo, es implausible. No obstante, tal parece ser esta la hoja de ruta de la administración Trump.

Lo paradójico de la posición de Donald Trump es que, si bien considera que al ser la economía más poderosa del mundo prácticamente lo obliga a ser la primera potencia industrial, ha sido precisamente esta posición de dominio la principal responsable de su déficit comercial.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo de Breton Woods estableció el patrón oro como principal mecanismo de respaldo de las monedas alrededor del mundo. Dado que Estados Unidos era el administrador de casi dos tercios del oro del planeta, el dólar se volvió rápidamente en el referente mundial del comercio y la principal moneda de reserva.

Para inicios de los 70, cuando Breton Woods colapsó, buena parte de los bienes mundiales -incluyendo el petróleo- estaban cotizados en dólares estadounidenses. ¿Qué tiene que ver esto con el déficit comercial? Sencillo: con esta “estandarización” histórica Estados Unidos se encontró en una posición envidiable, ya que al ser el único emisor del dólar tenía la capacidad de adquirir más bienes y servicios con tan solo poner a funcionar sus máquinas de impresión o emitir deuda. Un apalancamiento único del cual tomó ventaja en las últimas décadas.

En este punto la pregunta de fondo relevante para la política comercial norteamericana es: ¿hasta dónde tales desbalances comerciales han significado un menoscabo del aparato industrial de Estados Unidos, en especial en los puestos de trabajo, principal caballito de batalla para justificar afrentas comerciales?

Muchos economistas han tratado de responder esta pregunta con base en modelos econométricos que desagreguen los equilibrios macroeconómicos alcanzados en el pasado reciente. Dentro de estos trabajos se destaca uno publicado en marzo de 2018 por economistas de la Universidad de Minnesota, la Universidad Estatal de Pennsylvania y la Universidad de Toronto, en donde se encuentra que solo el 15% de la pérdida de empleo industrial se debe a los déficits comerciales.

En contraste, los académicos encontraron que los diferenciales de productividad, que en el sector industrial han crecido exponencialmente desde la Segunda Guerra Mundial, y mucho más que cualquier otro sector de la economía, han sido los principales causantes de este fenómeno.

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Como es apenas natural, con máquinas, robots y computadores más eficientes, mucha mano de obra se ha liberado y ha tenido que migrar al sector servicios o sencillamente lo han obligado a tener fábricas en el exterior. Así se confirma que el estado actual de la economía estadounidense, que Donald Trump quiere revertir con tanto ahínco, no ha sido más que una expresión natural de su propio éxito y dominio después de la guerra, y no por una amenaza permanente de socios comerciales.

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