Por: Juan Carlos Garcia Sierra • Colombia.com

Bogotá, 482 años siendo la gran capital

Pasan los años y la urbe no pierde importancia, pero aunque se denigre de ella, colombianos y extranjeros la eligen como el lugar ideal para soñar.

Actualización
Bogotá es una de las principales ciudades del continente. Foto: Pixabay Andrés Martínez
Bogotá es una de las principales ciudades del continente. Foto: Pixabay Andrés Martínez

Pasan los años y la urbe no pierde importancia, pero aunque se denigre de ella, colombianos y extranjeros la eligen como el lugar ideal para soñar.

Dicen que cuando Gonzalo Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Bogotá en medio de los dominios de los indígenas muiscas, mandó construir 12 chozas y una iglesia rústica en lo que hoy se conoce como el Chorro de Quevedo y casi 6 siglos después, ese lugar es un atractivo turístico en que universitarios y extranjeros de carácter muchilero, hacen honor al lugar bebiéndose un chorro, pero de chicha de maíz al estilo milenario y tradicional.

En un par de siglos, la colonización se logró a punta de iglesias, porque ya la punta de la espada se había usado bastante y se edificaron los templos de Las Nieves, San Francisco y San Agustín, entre otros, por eso Bogotá, antes Bacatá, hacía honor a su primer nombre de Santafé, muy santa y con mucha fe, pero de nombre pegadito.

Así la vida Bogotana era elemental en medio de una profunda vocación religiosa en la que todo era pecaminoso, la ciudad fue conocida como una fábrica de sacerdotes y monjas de clausura y cuando tronaba en la montaña avisando un aguacero ni el macho, ricos y pobres lo aguantaban con agua de panela y una ruana bien puesta.

Los años pasaron apachurrándose entre un canasto, los jóvenes apadrinados iban a las universidades a convertirse en señoritos, pero las ideas libertarias se concentraron en la plaza principal en día de mercado para gritar con voz en cuello a favor de la independencia.

Fueron años de una Santafé libre, pero con élites ególatras que se vieron arrinconadas por la reconquista española, la patria boba se rigió desde las poltronas de criollos que fueron fusilados y hoy con sus bustos adornan varias plazas, pero pocos se acuerdan sobre quiénes fueron, mucho menos las palomas que sobre ellos se posan.

Los patriotas consideraron a Santafé de Bogotá como su sede para iniciar el camino de independencia, de aquí partieron tropas que se encargaron entre balas de cañón, rifles y sables, de dar libertad a 5 naciones. Bolívar escogió a Bogotá como su ciudad, incluso la prefirió a su natal Caracas, y el mismísimo puente sobre el río San Francisco le sirvió de escondite de balas y dagas enemigas en una noche de septiembre negro.

Pasaron los años y Bogotá se consolidó como capital concentrándose en su instrucción, cultura y diversión, mientras las guerras civiles desangraban al resto del país, iniciándose ese enconado regionalismo que hacía aparecer dos naciones, la de Bogotá y la del resto.

Con el siglo XX asomándose por las ventanas, Bogotá era una ciudad fría y lluviosa, pero de gentes pulcras y finos modales, la ropa oscura y formal era obligatoria, tanto que parecía un retazo de Londres; esto, sumado al número de universidades hizo que fuese llamada “La Atenas suramericana”.

Esos mismos atuendos pulcros iban a misa, a toros y sus bolsillos guardaron machetes, palos y pistolas, que en medio de una locura colectiva prendieron la llama y brotaron la sangre del “Bogotazo”un 9 de abril 1948.

Ala, carachas, mi chino, regio y chirriado, se escuchaban tanto como un amén, un Dios te salve, un buenos días y un muchas gracias; se disfrutaba un buen ajiaco, una sobrebarriga al horno con papas en chupe y jugo de curuba, luego se le abría campo al estómago para unas brevas con arequipe y un buen carajillo.

Entre montañas, el aeropuerto se convirtió en el más importante y ese otro mundo que solo estaba en Europa y Norteamérica se acercó hasta estos confines, gentes de esta y otras lenguas vinieron a vivir y gozar con esta ciudad, algunos huyendo de la segunda guerra y otros de la enésima guerra en los campos colombianos, miles de personas venidas de todos los confines nacionales encontraron en la capital una oportunidad de vida diferente.

Colombia en su mayoría es un lugar de clima caliente, por eso los recién llegados tiritaron de frío en Bogotá y desde aquel gélido instante la llamaron “La nevera”, título que cobra vigencia solo en las madrugadas, porque en ocasiones, los días dilatan fácilmente el mercurio de los termómetros.

los hijos de los primeros españoles en Bogotá, aparte de criollos, fueron llamados rolos por la forma particular de pronunciar la letra r, ese título lo tomó el resto de colombianos para denigrar a los nacidos en esta gran sabana,  los rolos ya no pronuncian solo un "sumercé", también se escucha un parce, ave María pues, ¡eche!, ¡arrecha la joda mano!, ¡aguanta el viaje!, y hasta un ¡cónchale chamo!

Bogotá es hoy una metrópoli gigantesca que a veces parece perder su santa fe, pero jamás su norte, porque con muchos problemas y un frenético ritmo que la hace ver como una “apenas suramericana”, esta ciudad a 2.600 metros más cerca de las estrellas, no tiene techo para sus metas y sus sueños.