Por: Juan Carlos García Sierra • Colombia.com

La muelona, leyenda tradicional de las montañas colombianas

Fascina y cautiva a los hombres pero también lee las cartas, cuando la muelona aparece la suerte está echada, esta leyenda tradicional de las montañas colombianas se conserva viva y testigos afirman que es verídica.

Actualización
Una seductora mujer se convierte pronto en un horrendo ser que acaba con quien ceda a sus encantos. Foto: Pixabay
Una seductora mujer se convierte pronto en un horrendo ser que acaba con quien ceda a sus encantos. Foto: Pixabay

Fascina y cautiva a los hombres pero también lee las cartas, cuando la muelona aparece la suerte está echada, esta leyenda tradicional de las montañas colombianas se conserva viva y testigos afirman que es verídica.

“Hoy gana el colorado, tengo un pálpito y sé que va a ganar, todo lo que tengo se lo apuesto al colorado”, luego de que el peón pronunciara esto, la gallera quedó con el mismo silencio de un cementerio a medianoche y solo un apostador de años en los gallos y en los almanaques se atrevió a desafiar el mutismo con un lapidario “qué va a apostar sin usted no tiene ni un quinto”.

El peón se apresuró a mostrar de sus bolsillos, billetes enrollados con olor a nuevo y de su carriel tiró por el piso varias monedas que rodaron por la arena y que los más borrachos atinaron a recoger sin casi poderse levantar después.

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Los apostadores quedaron perplejos y aunque querían saber de dónde había resultado con plata un patirrajado, solo les importó creer que sería una victoria sencilla, una apuesta fácil porque el gallo de cresta negra jamás había perdido y se decía que había matado a tres cerdos y a un perro grande.

La pelea dio inicio y la gallera enloqueció cuando el peón pidió guarapo para todos, pero en medio de la emoción el gallo negro y sus afiladas espuelas comenzaron a hacer mella en el colorado, que, aunque bravo, estaba recibiendo una verdadera paliza.

Una mujer entre el público se levantó de la grada y bajó hacia la arena, sacó unas cartas y las extendió en el suelo, de repente el gallo colorado se fue contra un costado sangrando y a punto de perder, entonces esta mujer de cabellos lacios comenzó a animar al gallo, su voz era melodiosa, no era alta ni baja y tenía el tono exacto, miró al gallo negro con la misma mirada que la pelona lleva en su barca y fue entonces cuando el colorado atacó tan ferozmente, que no parecía un gallo sino un tigrillo.

El colorado ganó y el peón se dirigió hasta donde estaba la mujer, y no pudo resistir besarla, la mujer apartó sus labios del jornalero y gritaba “viva el colorado”, la gallera explotó en risas, puñetazos e insultos, el peón tomó su paga y se fue abrazado con esa mujer a la que nadie había visto antes, pero que al caminar solo despertaba los más bajos instintos y los pensamientos más desbordantes de lujuria.

Esa noche, entre el alcohol y la carne se consumó una jornada épica de gallos y cuando los cuerpos de los amantes reposaban en la cama, un sonido más aterrador que el bramido de un cebú en pleno sacrificio, hizo levantar de la cama al hombre porque la mujer con la que conoció el clímax, reía como loca, bramaba como toro y sus dientes parecían colmillos de tigre y caimán, estaban ensangrentados porque se había comido al gallo de cresta negra que recogió de la arena de la gallera, luego de eso, y con el hombre petrificado de horror, se lanzó sobre su cuello.

En la mañana, varios vecinos se asomaron a la casa del peón y lo encontraron en medio de un charco de sangre en su propia cama junto a cartas de esas que leen las adivinas, cuadro de ellas estaban boca abajo y la que se dejaba ver era la de la parca, al hombre le habían arrancado la cabeza como a un pollo. Al ver esto solo atinaron a decir, fue la muelona, así deja a los muertos ese demonio.