Por: Redacción Vida y Estilo • Colombia.com

Las brujas de Burgama: La mágica leyenda colombiana que te dejará sin aliento

Cuídate de las brujas porque de que las hay, las hay, y siempre las ha habido. Una historia de la cultura popular en Colombia que no te dejará dormir.

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Conoce la leyenda colombiana de las brujas de Burgama. Foto: Pixabay
Conoce la leyenda colombiana de las brujas de Burgama. Foto: Pixabay

Cuídate de las brujas porque de que las hay, las hay, y siempre las ha habido. Una historia de la cultura popular en Colombia que no te dejará dormir.

En la muy noble y conservadora población de Ocaña, en lo que hoy es el departamento de Norte de Santander, transcurría el siglo XVII con más calma que afugias, allí y en toda la zona, la vida se vivía según las doctrinas del catecismo y las órdenes sacerdotales que pregonaban una vida entregada al Señor, y en la cual casi todo era pecado.

Un mal pensamiento, una mirada lasciva o una mala palabra, eran razones suficientes para tomar un látigo y en una noche larga, después del rosario, flagelar la espalda como nazareno, para que la sangre y el dolor pudieran lavar cada afrenta a Dios.

En Burgama, un pueblo cercano a la ciudad en mención, la vida era un calco, nada se movía o nombraba sin marcar la Santa Cruz en frente, boca y pecho, nada de lo que no fuese aprobado por la iglesia, sencillamente estaba del lado del maligno. Allí, en ese pequeño villorrio alejado de todo y próximo a nada, vivían María Pérez, María Antonia Mandona, Leonelda Hernández, su hermana  María del Carmen Hernández y María de Mora.

Ellas podrían ser cualquiera de las habitantes beatas del pueblo, pero nunca pasarían desapercibidas, primero porque en pueblo pequeño, todo el mundo se conoce, y segundo, porque algo las diferenciaba del resto de mortales; tenían el don de expulsar demonios, curar enfermedades y preparar pociones de amor.

Realizaban todo tipo de hechizos, incluidas las pociones de amor. Foto: Shutterstock
Realizaban todo tipo de hechizos, incluidas las pociones de amor. Foto: Shutterstock

Por amor de Dios, ¡nadie tiene esa potestad, tan solo nuestro Dios creador!, ¡hechiceras al servicio del mundo oscuro, bestias al servicio de satanás! Así gritaba el sacerdote y toda la jerarquía eclesiástica de la región, ¡capturen y acaben con esas brujas!

Muchos se ofrecieron en nombre de Dios, pero los indígenas de la zona las protegieron, ellos confiaban en sus grandes dotes que aliviaban el espíritu, pero la gente no se rindió en la búsqueda y las encontraron agazapadas en los más profundo de un cerro, de allí las sacaron aseguradas con cadenas, como solo se hace con las más peligrosas fieras del bosque, mientras por el camino eran latigadas, apedreadas y escupidas.

La Santa Inquisición decidió ahorcar a la mayor bajo el cargo de herejía, María Mandona, y amarrar a las demás a merced de la furia del pueblo, después de una brutal golpiza se les acabarían las ganas de seguir practicando la hechicería, sin embargo, no fue así y tiempo después volvieron a ser perseguidas y capturadas, la bella Leonelda fue llevada a un paraje en donde nadie interfiriera en su ejecución en la horca, pero fue salvada por los indios y algunos conocidos como Imelda Hernández, quien ahorcó al mismo capitán al servicio del Virreinato.

Los indígenas amotinados acabaron con la vida de los soldados cortando sus gargantas y en el mismo cerro en donde colgaba el cuerpo inerte del comandante real, se han producido desde entonces, fenómenos inexplicables que hielan la piel y congelan la sangre, ese lugar se conoce como el cerro del ahorcado y allí, el alma de Leonelda, vaga atemorizando a los maleantes y protegiendo al pueblo de catástrofes.