Cuando se habla de grupos étnicos, indígenas y precolombinos se tiende a dejar en el olvido a algunos que tienen los mismos méritos para figurar que los más reconocidos y estudiados.
En lo que actualmente corresponde a los departamentos de Córdoba y Sucre y en las orillas de los ríos Nechí, Sinú y San Jorge se estableció una de las culturas precolombinas más avanzadas del continente y lo hicieron de esa forma porque reconocieron en los ríos, y especialmente en el agua, a la esencia de la existencia, a un eje en el que toda la vida gira.
La familia Zenú, Sinú o Senú, llamada así porque el motor de su vida estaba concentrado en el gran río que bañaba sus dominios y que ellos llamaban Zenú, pero con el tiempo se convirtió en Sinú y es famoso por sus sabanas en las que pasta ganado bovino, considerado por muchos años como el mejor del país.
Los Senúes eran adelantados porque al encontrarse en una tierra bañada por tres ríos y muchas planicies, padecían desbordamientos e inundaciones que arruinaban sus plantaciones, por esa razón desarrollaron ciencia e ingeniería para crear diques y canales, que no solo solucionaban su problema, sino que aportaba elementos para mejorar su producción agrícola.
Esta etnia no solo dio culto al río, también encontró en el mar Caribe un horizonte que conectaba con lo infinito, y lo que hoy es un destino de bañistas como las playas de Tolú y Coveñas, durante siglos fue escenario de contemplación para este pueblo que agradecido con lo que la naturaleza les concedió, decidió dar lo mejor de su conocimiento y trabajo para rendir homenaje a la gloria que se les confirió.
Los Senúes fueron grandes agricultores, pescadores de río y mar, mineros y orfebres, ellos pertenecieron a esa estirpe de hombres y mujeres con un destino dorado como el sol pero adornado con láminas y filigranas de oro puro. Pero no solo trabajaron el dorado mineral, las maderas ricas de la zona y la alfarería, aportaron su cuota de ingenio con el que la familia del Sinú veía el mundo; sus vasijas y trabajo de la cerámica denotaban su espíritu comunitario.
Fueron famosos sus templos dedicados a sus dioses, en ellos guardaban grandes cantidades de láminas de oro y figuras ornamentales, que desataron la locura en los españoles incitándolos al pillaje, saqueo y exterminio a sangre y fuego de la raza, con tal de apropiarse de botines sagrados y de carácter místico.
Su relación con el entorno era una constante en sus obras, en la joyería y en la cerámica representaban animales de la zona como tortugas, serpientes, aves y felinos, pero al igual que sucedió con muchas culturas, el saqueo de piezas no permitió contar con una colección abundante porque esta quedó en poder de guaqueros, agentes del mercado negro y museos del mundo.
Los Senúes siempre quisieron dominar el agua y como no podían caminar sobre ella, construyeron viviendas con plataformas artificiales en las que la presencia divina del cuerpo líquido motivaba sus días en un universo dotado con generosidad por sus dioses.