Por: Investigación Jerez & Sandoval • Colombia.com

Enfermedad mental, la marca de la infamia

Por primera vez, Colombia tiene un estudio que evidencia cómo el desconocimiento sobre la salud mental y los imaginarios existentes sobre los enfermos mentales causan discriminación hacia ellos y hacen que no busquen ayuda profesional.

La depresión es la segunda causa de enfermedad en Colombia y puede ocasionar discapacidad. Foto: Shutterstock
La depresión es la segunda causa de enfermedad en Colombia y puede ocasionar discapacidad. Foto: Shutterstock

Por primera vez, Colombia tiene un estudio que evidencia cómo el desconocimiento sobre la salud mental y los imaginarios existentes sobre los enfermos mentales causan discriminación hacia ellos y hacen que no busquen ayuda profesional.

El estudio, realizado por la Fundación Saldarriaga Concha y financiado por la Fundación Ford, será divulgado de la mano del Ministerio de Salud y Protección Social en eventos de socialización de la Política de Salud Mental y la Política de Prevención del consumo de sustancias psicoactivas.

Son las 10 de la mañana de un viernes de finales de febrero. Ángela María espera su turno para participar en un experimento social. Quienes estarán a su alrededor no sabrán que hace 19 años fue diagnosticada con trastorno afectivo bipolar, después de varios exámenes médicos y de episodios irreales en los que pensó que era otra persona, tuvo cambios fuertes en el estado de ánimo y alucinaciones auditivas severas.

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El experimento consistirá en preguntarle a ella y a quienes están en la misma sala qué es la salud mental y cómo es una persona con problemas de salud mental. En ejercicios anteriores, los asistentes no supieron muy bien cómo responder a la primera pregunta y en cuanto a cómo son las personas con enfermedades mentales, aseguraron, sin pensarlo mucho, que “divagan”, “hablan solas”, “viven en mundo paralelos” y “suelen sentirse agredidas por los demás por lo cual pueden ser violentas”.

Por eso, cuando uno de los asistentes les cuenta que tiene un problema mental no dudan en decirle: “Y parecías muy normal”.

“Salir del clóset no es fácil - dice Ángela María con una gran sonrisa y sus ojos verdes iluminados - Se necesita estar preparado y saber que a la gente que uno quiere no le dará duro”. Pero no es lo único.

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También se requiere una sociedad que conozca más sobre qué es la salud mental y hable de las enfermedades mentales de la misma manera como lo hace del cáncer, la diabetes o el VIH, una enfermedad que por varios años hizo que quienes la padecían se avergonzarán y prefirieran no ser diagnosticados ni tratados, pues sabían que serían rechazados, discriminados por familiares, amigos y empleadores.

Precisamente, eso fue lo que encontró el primer estudio que tiene Colombia sobre estigma y discapacidad psicosocial (producida por enfermedades mentales), investigación realizada por la Fundación Saldarriaga Concha y financiada por la Fundación Ford, que además puso una mirada en el conflicto y en poblaciones indígenas y afrodescendientes.

“El primer hallazgo es que es fácil pensar en salud física, pero no en salud mental porque parece ajena a nosotros. Y el segundo, que pensar o hablar sobre salud mental nos genera un miedo profundo, casi como si por el solo hecho de nombrarla fuéramos a estar deprimidos o angustiados”, señala la psiquiatra Lina María González, líder de Salud y Bienestar de la Fundación Saldarriaga Concha e investigadora principal.

“No hemos indagado lo suficiente sobre qué es el estigma y termina siendo el paso más difícil para que una persona busque ayuda en un servicio de salud y el más fácil para que se construyan imaginarios que llevan a que las personas no cuiden su salud mental, a que haya rechazo y exclusión de una persona con enfermedad mental”, agrega la psiquiatra.

Según el Informe Regional sobre los Sistemas de Salud de América Latina, las enfermedades mentales representan el 22% de la carga de enfermedad en la región. Y de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud (ENSM) 2015 (la más reciente), 4 de cada 10 colombianos reportan haber tenido algún problema de salud mental en la vida.

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En el reciente informe ‘La carga de los trastornos mentales en la Región de las Américas, 2018’, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), Colombia ocupa la quinta casilla entre los países más afectados por discapacidad asociada a la depresión. El porcentaje de discapacidad por depresión en el país es del 8,2%, solamente superado por Ecuador (8,3%), Perú (8,6%), Brasil (9,3%) y Paraguay (9,4%).

Estigma y enfermedad mental, una combinación dolorosa

“Cuando me enteré de lo que tengo, mi rechazo fue total -recuerda Ángela María–. Que te digan que estás loco, como se suele llamar a quienes tenemos estas enfermedades, no fue fácil. Me preguntaba por qué a mí y por mucho tiempo rechacé el tratamiento. Escupía o botaba las pastillas, no iba a las consultas y eso me generó las hospitalizaciones. Estuve 14 veces hospitalizada, de 5 a 8 días.

Pero desde hace 7 años no tengo ningún episodio, lo logré cuando acepté mi enfermedad y el tratamiento que es para siempre. Entendí que mi vida no tiene que ser diferente ni me voy a morir por esto. Que simplemente debo hacer lo que dice el médico, como hacen quienes tienen otras enfermedades. Eso sí, perdí muchos amigos y no cuento a todos porque se asustan, me evitan, me marcan”.

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En las entrevistas a profundidad y en los grupos focales (personas con discapacidad psicosocial y familiares, víctimas del conflicto armado, afrocolombianos víctimas con o sin discapacidad psicosocial, indígenas víctimas con o sin discapacidad psicosocial y población general de Bogotá, Barranquilla, Cartagena, Manizales y Pasto) los investigadores encontraron que es común creer que las personas con problemas de salud mental son peligrosas, anormales, no pueden convivir con los demás ni pueden tener una vida cotidiana como todos: estudiar, trabajar o mantener una relación de pareja.

Estereotipos que han ayudado a crear películas, series de TV, novelas y, en general, los medios de comunicación. “Esos estereotipos y la falta de conocimiento sobre la salud mental y los problemas mentales hacen que se cree el estigma. La familia y el trabajo pueden ser espacios de reproducción del estigma.

El fenómeno se ha asociado al rechazo a buscar ayuda profesional apropiada, por el miedo a ser etiquetado negativamente, también hay dificultades para mantener el empleo y las relaciones personales cercanas”, explica la psiquiatra.

En ese sentido, el estudio ‘Estigma y discapacidad psicosocial en el marco de los resultados en salud mental del Conflicto Armado en Colombia: foco particular población indígena y afrodescendiente’, señala que el estigma y los trastornos mentales se combinan de una forma nociva para la persona que los sufre, ya que no solo debe cargar con el peso psicoemocional de la enfermedad, sino también con la forma en la que el estigma lo hace tener una relación más conflictiva con su enfermedad.

Ángela María cuenta que por no aceptar su diagnóstico y caer en el autoestigma llegó a situaciones extremas. Una vez vivió 5 días en el Terminal de Transporte de Cali de la caridad de la gente y otra estuvo cuatro meses deambulando por las calles de diferentes zonas de Bogotá. En las noches dormía en hospitales y en el Terminal de Transporte y en el día caminaba por centros comerciales. Pedía plata a las personas a quienes les decía que había perdido su empleo.

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“Me arreglaba muy bien. Me bañaba en el Terminal de Transporte e iba a que me hicieran las uñas y me peinaran. Entonces la gente no sentía miedo cuando me acercaba”. Las alucinaciones auditivas y visuales fueron aumentando hasta convertir su vida en un infierno. Le hicieron creer que era la Virgen María, que podía dar consejos a los gobernantes e, incluso, que era candidata a la Alcaldía de la capital, para lo cual estudió con esmero en bibliotecas públicas por días enteros, y aunque hacía caso a las voces, estas no se aplacaron, al contrario, llegaron a tal punto que no la dejaron dormir ni concentrarse.

No tuvo la fuerza emocional para contarles a su familia y amigos cercanos. Entonces se aisló. No volvió al trabajo ni comió ni durmió durante días. “Desesperada, me encerré en el baño y me corté las venas. La dueña del apartamento donde vivía sola, que era mi vecina, se dio cuenta y avisó a mis hermanas”. El episodio concluyó con la estadía por una semana en un hospital siquiátrico, como le ocurrió varias veces hasta que aceptó la enfermedad y el tratamiento.

El respaldo de su familia y el de sus amigos más cercanos ha sido el bálsamo en estos años, al igual que tener la posibilidad de ser facilitadora de pacientes y familias que llegan a la Asociación Colombiana de Bipolares. Aunque prefiere ocultar su nombre (ha sido cambiado en este texto), es vocera en campañas sobre salud mental y trastorno bipolar.

“Es que la gente cuando se entera de que uno tiene el trastorno pierde la confianza. Le da miedo, piensa que uno no va a poder responder ante ciertas situaciones y terminará dándole una cachetada, una condición que es para cualquier persona”.

Según MentalHealth.gov, página web del gobierno de Estados Unidos que brinda información sobre salud mental y problemas de salud mental, la gran mayoría de personas con trastornos mentales no son más propensas a ser violentas que cualquier otro ser humano. Solo del 3% al 5% de los actos violentos se pueden atribuir a quienes viven con una enfermedad mental grave.

De hecho, las personas con enfermedades mentales graves tienen 10 veces más probabilidades de ser víctimas de delitos violentos que la población general.

La discapacidad psicosocial es un concepto que si bien está definido y enmarcado tanto en los marcos legales como en las clasificaciones de discapacidad, aún sigue siendo un concepto poco claro y aún, incluso, difícil de entender y explicar por aquellos que trabajan y manejan el tema en los diversos escenarios, lo que hace que a diferencia de las otras discapacidades esta sea vista meramente desde el trastorno y la enfermedad, haciendo que tan solo en círculos muy especializados y entre quienes han podido estudiar, entender y vivir este concepto sea mucho más claro para ellos”, señala el estudio, que además enfatiza otro hecho: la invisibilidad de la discapacidad.

La rehabilitación de la persona que presenta una discapacidad de este tipo se dificulta por los imaginarios que se tienen y por el hecho de no ser fácilmente visible como ocurre con una discapacidad física, cognitiva, sensorial. Entonces, pasa desapercibida, ignorada y malentendida. De ahí la reflexión final del estudio: “si no hay una colaboración de todos los sectores de la sociedad (salud, educación, trabajo, justicia, derecho, política y medios de comunicación) jamás se podrá controlar el fenómeno del estigma, porque ningún intento por separado podrá tener efecto en algo tan complejo”.

El estigma afecta más a poblaciones indígenas, afrodescendientes y víctimas

El estudio ‘Estigma y discapacidad psicosocial en el marco de los resultados en salud mental del conflicto armado en Colombia: foco particular población indígena y afrodescendiente’ es el primero que se realiza en el país con ese énfasis en estigma y poblaciones vulnerables, y que por tanto evidencia que las víctimas del conflicto armado tienen una doble victimización por su condición mental y por los efectos negativos del conflicto.

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“Y en el caso de los grupos étnicos, quienes tienen una enfermedad mental tienen una triple victimización y una triple estigmatización: son víctimas, indígenas o afrodescendientes y personas con enfermedad mental. Y en el caso de las poblaciones LGBT pueden tener una cuádruple victimización y estigmatización; esta es una realidad a la que debemos ponerle mucha atención”, señala Lina María González, líder de Salud y Bienestar de la Fundación Saldarriaga Concha e investigadora principal del estudio.

El documento deja en evidencia que definitivamente el conflicto armado ha impactado a las diferentes personas y grupos étnicos de Colombia, y además es un marcador del desarrollo de las particularidades y lecturas que existen sobre salud mental.

De igual forma, que la prevalencia de enfermedad mental en las poblaciones indígenas y afrodescendientes es mucho más alta, situación que requiere de mayores estudios y seguimiento.

“Es interesante evidenciar tanto en la literatura como en los resultados arrojados por este estudio y otros realizados en el país, como la religión y la iglesia, en general, y en el caso particular de la población indígena, el chaman o los curanderos tradicionales son figuras que juegan un papel fundamental tanto en el reconocimiento como en el diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad mental, siendo actores claves para el trabajo frente al estigma y la discapacidad psicosocial de estas poblaciones”, indica el estudio.

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En ese sentido, pone de presente que se requieren acciones mucho más específicas y pensadas para víctimas, indígenas y afrodescendientes desde sus particularidades culturales, étnicas y sociales de la mano de la comunidad. De igual forma, que el Programa de Atención Psicosocial y Salud a Víctimas (PAVSIVI) tiene como debilidad que los profesionales que realizan las intervenciones psicosociales son de ciudades diferentes a las de las víctimas, por lo cual se tiene una falta de articulación entre el servicio y quienes necesitan de él.

Finalmente, señala la necesidad de un aumento de financiación en salud mental para que no haya un déficit entre los profesionales y las personas con problemas de salud mental. Según la Política Nacional de Salud Mental (2018), se calcula que en Colombia hay 2 siquiatras por cada 100.000 habitantes. En los países con mayores ingresos, la tasa se sitúa en un profesional por cada 2.000 habitantes, de acuerdo con la OMS.

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