LOS MENESES

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LA VERDADERA CARCAJADA DEL HORROR

Cuentan aquellos campesinos que remontaban los ríos hasta llegar a otras latitudes en donde la gente hablaba y se vestía diferente que un país de diminutos seres como gnomos había encontrado en las manglares y elevaciones del litoral un paraíso del que nunca habían salido.

Muchos han sido testigos de las apariciones de estos seres pequeños y al mismo tiempo han sido sido tildados como locos, orates que por alguna razón se desconectaron de la realidad y se fueron a vivir en un mundo de ilusiones y fantasías, algunos de esos trastornados fueron excomulgados porque los insultos y la negación de Dios eran frecuentes en sus gritos enajenados.

En las costas del Atlántico, esas arenosas superficies en donde el calor es tan alto que ni los bloques de hielo resisten los suspiros, unos pequeños liliputienses o diminutos seres se encargaban de acicalar los cabellos de la Madremonte y sobre los caimanes disfrutaban navegar en el río Magdalena, esos amañados enanitos parecían haber encontrado su lugar único e inamovible en el mundo.

Pero un buen día algunos miembros de esa extraña raza de seres de ínfima estatura y con el mismo anhelo de los humanos decidieron explorar otras latitudes, se negaban a creer que el mundo empezaba y terminaba en el Caribe y sus manglares y emprendieron camino colgados en los buques de vapor que surcaban los ríos y escondidos en los costales de los mercaderes y expedicionarios.

Los caminos de herradura de la Antioquia grande y señorial eran vías en donde los sueños de riqueza y fortuna transitaban a lomo de mula y apoyados en alpargatas, colonos abrían rutas para el alumbramiento de nuevas fundaciones en donde las costumbres, tradiciones y el sentir arriero pretendían perpetuarse convirtiendo a Colombia en una nación con corazón y alma paisa.

Los bueyes tiraban con fuerza cargas de café pero también pesados pianos y máquinas importadas que suponían el progreso de una patria ignorante, impávida y atrasada. Cada vez los caminos eran más transitados por gentes de todos lares y se quedaban cortos para tal maremágnum, una cosecha de labriegos, campesinos y aventureros de todos los pelambres imponía su ritmo con direcciones fijas y también desconocidas, eso hizo que levantar tiendas con aguardiente y fiambres para el caminante amasara riquezas en sus dueños, que pasaron de ser simples desdichados a prósperos comerciantes.

En medio de dichos caminos de fortuna para unos y desventura para otros aparecían aquellos desdichados que pedían una moneda o algún objeto para vender y así saciar el hambre de sus familias o incluso, sus deseos de una totuma con guarapo y anís.

Unas risas burlonas y casi imperceptibles se fueron convirtiendo en una tortura para los caminantes y arrieros porque cada vez eran más potentes y enloquecedoras, ¿de dónde provenían esas demoniacas carcajadas?, de Los Meneses respondían sin dudas quienes ya habían experimentado el humor de unos pequeños hombres que ante la negativa de los andantes a darles una limosna recibían un ataque a punta de cosquillas que lograban herir con fiereza las carnes de sus víctimas.

Cuentan que estos chiquitines eran unos bufones que en medio de sus risas planeaban sin pudor la muerte de los viajantes más petulantes, por eso los arrieros y todos los viajeros siempre cargan una bolsita con monedas listas para ser entregadas al menor asomo de un eco de risas entre los rastrojos.