Por: Redacción Colombianos • Colombia.com

Efraim Medina Reyes, un escritor apolíticamente correcto

En una de sus obras describe a su personaje protagonista como un neoyorquino nacido en Cartagena, una ciudad en donde el mar se pudre. Medina Reyes es una especie de estrella de rock en Europa, pero en su propia patria a duras penas se conoce.

Efraim Medina Reyes es vitalidad pura, sus letras son un frenesí que pasan del extasis a la derrota por nocaut. Foto: Facebook Lovedo.Lo sento. Lo parlo. / Il mucchio selvaggio
Efraim Medina Reyes es vitalidad pura, sus letras son un frenesí que pasan del extasis a la derrota por nocaut. Foto: Facebook Lovedo.Lo sento. Lo parlo. / Il mucchio selvaggio

En una de sus obras describe a su personaje protagonista como un neoyorquino nacido en Cartagena, una ciudad en donde el mar se pudre. Medina Reyes es una especie de estrella de rock en Europa, pero en su propia patria a duras penas se conoce.

Cuando se escucha la frase manida de “Nadie es profeta en su tierra”, es inevitable pensar que la obra de muchas fue incomprendida en su terruño y contó con la suerte de ser vista, escuchada o leída en otras latitudes, entonces una frase igual, o incluso más recorrida que la anterior, resuena para recordar, al mejor estilo de la autosuperación, que “cuando una puerta se cierra se abre otra”.

A Efraim Medina Reyes no le interesó en absoluto desbancar como profetas a quienes el pueblo eleva a la categoría de Mesías, llámense presidente de la República, futbolista, presentadora o reina de belleza; dentro de sus planes nunca estuvo el de ser ídolo, porque en este lugar del planeta estos son instantáneos como las sopas de sobre y terminan como su empaque; en la caneca.

En una Colombia con una literatura que siempre ha pretendido ser políticamente correcta, la figura de García Márquez y su Macondo, más que una inspiración o referencia, es un lastre que tienen que cargar aquellos que usan la pluma para escribir, pero Efraim Medina Reyes (Cartagena, 1968) utiliza un computador, no viste guayabera y no le interesa pelear contra el premio Nobel de Aracataca porque de nada sirve batallar contra un púgil malo en el ring que a la primera conectó gancho a la barbilla y ganó por nocaut.

Medina Reyes es una especie de rockstar de las letras, ellas destilan riffs, solos de batería y a la vez melodías de blues con escenas de películas del viejo oeste, pero como en este país es imposible levantar la mirada sin que el sol queme la cara, al despiadado astro rey no se le puede tapar con el dedo corazón levantado mientras los otros dedos se recogen en el puño, tampoco nos obliga a brincar como en ataque de epilepsia con el estruendo de mamarrachos y sus tonadas antillanas.

Efraim Medina Reyes es un prolífico escritor, conocido por aquellos que hoy pasan de los cuarenta años, pero si los más jóvenes lo conocieran se darían cuenta que su obra se queda pegada como cancioncita de comercial de televisión, su estilo único es rebelde, pero jamás chillón, sus historias parecen volar por las grandes metrópolis con un fondo de calor tropical que asfixia.

Medina Reyes es más conocido en el extranjero que en su propio país, seguro él siente escalofríos cuando lee ese “propio país”, pero no es un apátrida, porque con su melómana y cinematográfica ciudadanía universal es el más colombiano de todos y se convierte en un autor de culto, mucho mejor que los que venden éxitos de librería con temas impuestos y por encargo.

Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, La sexualidad de la Pantera Rosa y Lo que todavía no sabes del pez hielo, no son solo creaciones de este cartagenero, son balas marcadas con una cruz que una vez alojadas dentro del cuerpo se expanden.

Este escritor, considerado el chico malo de la literatura colombiana, es reconocido en Italia y varios países europeos, Efraim Medina Reyes es mejor embajador que cualquiera de los que pasan su voz por un estudio, hacen millones vestidos como espantapájaros y se convierten en ídolos de un país que aún existe porque todavía Dios no se aburre de él.